Un duro destino ha condenado al ser humano a entrar en esta esfera mortal sin ninguna cobertura natural, como la que poseen los animales inferiores para protegerse de los extremos del calor y del frío. Si hubiera sido de otro modo, innumerables miríadas habrían escapado al dominio tiránico de la diosa Moda, y el proverbio francés, il faut souffrir pour être belle, nunca habría tenido que ser escrito.
El traje de nuestros progenitores destacaba sobre todo por su extrema sencillez y, por lo que podemos deducir, no había diferencias de diseño entre los sexos.
Unas cuantas hojas entrelazadas por los tallos, las plumas de los pájaros, la corteza de los árboles o las pieles de animales toscamente vestidas fueron probablemente consideradas por los beaux y belles de la época adanita como adornos bellos y apropiados para el cuerpo, y fueron seguidas por prendas hechas de hierba trenzada, lo que fue sin duda el origen del tejido, un proceso que no es más que el trenzado mecánico de pelo, lana, lino, &c. En muchos distritos remotos todavía prevalecen estas modas primitivas, como, por ejemplo, en Madrás, donde, en una ceremonia religiosa anual, es costumbre que los nativos de baja casta cambien durante un breve período su atuendo habitual por un delantal de hojas.
En los bosques brasileños se encuentra el lecythis, o "árbol de la camisa", del que la gente arranca la corteza en trozos cortos y, después de hacerla flexible en agua, corta dos hendiduras para las aberturas de los brazos y una para el cuello, cuando su vestido está completo y listo para usar.
El indio norteamericano emplea plumas para el aseo, y muchas tribus africanas destacan por sus hábiles tejidos compuestos de hierba y otras fibras vegetales, mientras que las pieles y los cueros son artículos esenciales para el vestido en las latitudes septentrionales. Tal vez el ejemplar más antiguo de factura de modista que existe se ha encontrado recientemente en una tablilla de tiza de Nippur, en Caldea. Los jeroglíficos registran noventa y dos ropas y túnicas: catorce de ellas estaban perfumadas con mirra, áloe y casia. La fecha de esta curiosa antigüedad no puede ser inferior a dos mil ochocientos años antes de la era cristiana. En la antigüedad hay que recordar que las principales sedes de la civilización eran Asiria y Egipto, y de estos países dependían las naciones occidentales para muchos de los lujos de la vida.